Alemania, en el Teatro Anfitrión.
Txt. Andrés Kilstein @nofumarx
La obra dirigida por Nacho Ciatti y que cuenta con la actuación protagónica de un
delirante Iván Moschner (el mismo pelado con los ojos saltones que
protagonizaba la pieza publicitaria de la campaña electoral de Jorge
Altamira, y que posee una fonación peculiar a indescriptible), nos
muestra la emergencia de conflictos enterrados en una familia ante el
retorno de un padre por mucho tiempo ausente.
Él,
viudo de su segunda esposa, con quien habitaba desde hace unos años
en Alemania, decide retornar a Buenos Aires para el encuentro de sus
hijos y su ex. La familia lo recibe, más con ánimos de obtener un
rédito económico del regreso del padre, que con un auténtico
espíritu de reconciliación y amor. Sólo el hijo menor
(interpretado impecablemente por Guido Botto Fiora), quizá el que
guardaba menor recuerdo de aquella figura ausente, muestra una cuota
de sensibilidad y apertura a la novedad y el intento. La voluntad
persistente de extraer dinero del padre a modo de compensación por
los padecimientos impuestos por su distancia, sin que medie un
reclamo directo y crudo, los lleva a urdir una trama repleta de
engaños, cuyo anverso paradójico y decepcionante recibirán sobre
el final.
Cuando
se pretende cuantificar el beneficio del rol paterno, se arriba a una
disgregación completa de la familia, reducida al resto desapasionado
y excluido de memoria de un colectivo imaginario. El retorno del
padre se vuelve entre otras cosas una operación imposible en que no
está ni el sustrato mínimo para que los participantes experimenten
la reconquista de algo perdido.
Iván Moschner recuerda a ese personaje de Búster Keaton que
permanece incólume, imperturbable y desconocedor frente a las
escenografías que se derrumban a sus costados. Eso dota al personaje
de una extraña simpatía, próxima a la no imputabilidad.
Todos los viernes a las 23.30 en el Teatro Anfitrión, en Venezuela 3340. Entradas $60.
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