martes, 14 de agosto de 2012

Improvisado teatro subterráneo

Actores en el subte: comediantes bajo tierra.

Txt Florencia Dopazo

Las puertas corredizas se separan y comienza el ruido ensordecedor de la alarma que marca los segundos que quedan para abordar el vagón. Entonces se eleva el telón imaginario que indica a estos actores que es el momento en que el show debe comenzar. Una vez abordo, mezclados entre la gente, comienzas sus sketches con gritos y  alaridos, que forman peleas y discusiones. Los rostros atónitos de los demás pasajeros - que muchas veces tardan varios minutos en comprender que aquella escena es enteramente ficticia-  prueban que el propósito de este grupo de comediantes queda realizado: sorprender y hacer entretenido el rutinario viaje en subte. 

Hace cuatro años que Jeremías Di Rosa recorre los pasillos de las líneas B y D, mientras realiza sus actuaciones entre la escenografía que conforman los asientos alargados y los conductos metalizados de los que cuelgan unas manijas circulares. “Esto es un legado que arrancó hace más o menos diez años con unos amigos míos, que en su momento necesitaban a alguien para hacer algunos turnos de laburo y me llamaron. Aprendí  cómo debía manejarme en el subte  y demás, y  quise continuar con esto, por lo que empecé a juntar personas para que trabajaran conmigo”. En esa búsqueda fue que apareció Giselle Deguisa, cuyo rol mutó de espectadora a participante, ya que conoció a Jeremías mientras se trasladaba de su hogar a la escuela de teatro en la que estudiaba; y finalmente, casi dos años más tarde, se unió Silvia Levy, que se contactó gracias a las redes sociales.

El escenario no convencional que estos actores eligen cuenta con beneficios y desventajas.  Una de sus particularidades es la irrupción en la vida de los viajeros, otorgándoles un espectáculo que no pidieron ni eligieron ver. “Lo que tiene este transporte es que una vez que suben nos tienen que mirar, por lo menos por una estación no se pueden bajar”, explica un sonriente Jeremías, que mantiene aquella mueca y agrega: “Los sorprendemos muchísimo, y sí o sí les cambiamos el viaje”. Además, al inmiscuirse entre  la gente, tienen la posibilidad de interactuar con ellos. “En el teatro no se puede bajar del escenario para hablar con los presentes,  salvo que este pautado. Pero acá tenemos público por todos lados, hasta en la espalda; el frente varía todo el tiempo y podemos conectar con ellos”, apunta Silvia del lado de los pros.


Pero las bondades del subte  acarrean también sus dificultades. Uno de los mayores inconvenientes proviene de las ventanas entreabiertas, que dan paso al escandaloso ruido que emiten las ruedas de acero al deslizarse sobre los rieles, lo que muchas veces opaca los diálogos de los protagonistas.  “Con el tiempo aprendimos cómo timbrar la voz y no gritar”, explica Giselle.

Por otro lado, el factor sorpresa que resulta tan llamativo, puede tener sus contras. Los espectadores involuntarios pueden molestarse ante la performance que se los obliga a mirar. “Es un porcentaje menor el de aquellos que lo toman mal. Hay algunos que no saben que estamos actuando, tardan mucho en caer y se enojan;  me han dicho que soy un machista y un desubicado, que maltrato a las chicas”, cuenta el integrante masculino, protagonista de numerosos sketches en los que encarna al novio molesto que pelea con su pareja.

“Lo que más gratificación me da a mi, es sacarle una sonrisa a la gente”, se confiesa Giselle, la más joven del equipo. Más allá de unos pocos fastidiados, la aceptación del público se evidencia en el semblante de los pasajeros: en aquellos que interrumpen su lectura por no poder mantener la mirada fija en sus libros, en los que pierden la lucha contra la seriedad y no pueden evitar reírse, en aquellos que aún ante la puerta, a la espera de la próxima parada para bajarse, estiran su cuello para observar la actuación hasta último momento.  



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